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martes, febrero 10, 2015

TIENES 47 HORAS PARA RESOLVER EL TRIVIAL SOBRE DON GIOVANNI DE MOZART PARA ASISTIR A LA ÓPERA EN LOS CINES VAN GOGH EL JUEVES 12 DE FEBRERO´15 A LAS 20H



DON GIOVANNI
de Wolfgang Amadeus Mozart
Dramma giocoso en dos actos con libreto de Lorenzo da Ponte
Grabada en directo en el Festival de Salzburgo en julio de 2014
Dirección musical de Christoph Eschenbach, dirección de escena de Sven-Eric Bechtolf

Los Cines Van Gogh nos ofrecen 10 entradas para las personas que contesten en forma y tiempo al trivial que proponemos para esta ópera de Mozart.

Tenemos 10 entradas para las 10 primeras personas que acierten las respuestas a este TRIVIAL y las envíen a este correo: leon@jmspain.org indicando las respuestas correctas, nombre, apellidos y correo de contacto (sólo se admitirá una respuesta por dirección de correo y por persona, teniendo prioridad quienes no hayan obtenido entrada en el trivial anterior).

Tenéis de plazo hasta las 15h del jueves 12 de Febrero!!!

Las personas afortunadas recibirán un correo de confirmación y podrán recoger la entrada en la taquilla de los Cines Van Gogh el jueves 12 de Febrero presentando el DNI.

1.- ¿Qué otros libretos de ópera escribió Lorenzo da Ponte para Mozart?
2.- Autor español y obra en la que se inspiró el libretista de Don Giovanni.
3.- ¿Cuántas conquistas hizo Don Giovanni en España, según la ópera de Mozart?


Director musical: Christoph Eschenbach
Director de escena: Sven-Eric Bechtolf
Decorados: Rolf Glittenberg
Vestuario: Marianne Glittenberg
Iluminación: Friedrich Rorn
Dramaturgia: Ronny Dietrich
Maestro del coro: Walter Zeh
Philarmonia Chor y Orquesta Filarmónica de Viena

ARTISTAS, PERSONAJES Y VOCES
Ildebrando D’Arcangelo: Don Giovanni, barítono
Luca Pisaroni: Leporello, su criado, bajo
Anett Fritsch: Doña Elvira, soprano
Lenneke Ruiten: Doña Anna, soprano
Andrew Staples: Don Ottavio, su novio, tenor
Tomasz Konieczny: El comendador, padre de Anna, bajo
Alessio Arduini: Masseto, campesino, barítono
Valentina Nafornita: Zerlina, su prometida, soprano

“La ópera funciona cuando un buen compositor que comprende la escena se reúne con un libretista capaz, ese auténtico fénix…”. Mozart escribía esto en 1781. Su fénix llegaría poco después: Lorenzo Da Ponte, poeta de la corte del emperador José II. Juntos concibieron una memorable trilogía (Las bodas de Fígaro, Don Giovanni y Così fan tutte). Tras el éxito de la primera, Da Ponte rehízo el libreto que Giovanni Bertati había escrito para la ópera de G. Gazzaniga sobre Don Juan (Giovanni en italiano), estrenada meses antes en 1787. 

El mujeriego de las casi 2.000 conquistas -“en Italia, 640; en Alemania, 231 (…) y en España… 1.003”, recuenta su criado- es, junto con Don Quijote, el arquetipo más exportado por la literatura española desde que lo incorporó Tirso de Molina en El burlador de Sevilla o El convidado de piedra. El subtítulo se refiere a la estatua del Comendador, que se presenta –en un giro sobrenatural- en casa del protagonista para exigir justicia: el galán lo había matado después de intentar violar a su hija. Lo extraordinario del drama es la fascinación que nos despierta un personaje cínico y desalmado que, sin embargo, muere defendiendo su libertad y sus principios.

SINOPSIS

ACTO I
La obertura, con un primer acorde fortísimo en Re menor, adelanta que esta comedia tendrá tintes trágicos. Por enésima noche, Leporello, criado de Don Giovanni, hace guardia en un palacio donde el noble se ha colado para tener una aventura con la hija del Comendador. El personaje más bufo de la trama se queja en la famosa Notte e giorno faticar. Su señor llega a toda prisa: se ha propasado con Doña Anna, que lo persigue. Su padre aparece para ayudarla y el mujeriego lo mata. Mientras agoniza, los tres bajos comparten un sublime terceto (Ah, socorso).

Los malhechores huyen sin ser reconocidos, antes de que se presente Don Ottavio, prometido de la joven, que clama venganza. Ya a salvo, Leporello reprocha al libertino su estilo de vida, y éste discrepa (“Las mujeres son más necesarias que el aire”, dirá más tarde). De hecho, ve llegar a otra dama y se siente tentado; sin embargo, se trata de Doña Elvira, una antigua víctima, que le pide explicaciones. Don Giovanni escurre el bulto y a Leporello no se le ocurre nada mejor que repasar ante la despechada las incontables conquistas del caballero por Europa, un catálogo (Madamina) cómico pero cruel.

Don Giovanni se topa con una boda rústica y se queda prendado de la novia (!). Para librarse del prometido, Masetto, envía a todos a una fiesta improvisada en su palacio. Así puede cortejar a Zerlina en un dúo encantador, Là ci darem la mano. Como ella es de clase baja, Don Giovanni adapta su canto, dulce y sencillo. La incauta casi sucumbe, pero Elvira se interpone. Para colmo, lo encuentra Doña Anna, que busca al asesino del Comendador. El galán promete ayudar, aunque de nuevo se inmiscuye Elvira: “No te fíes de él” (Non ti fidar, cuarteto magistral). Don Giovanni se escabulle como puede. Sin embargo, la dama ha reconocido su voz: ¡es quien mató a su padre! (Or sai chi l’onore). Ottavio la apacigua con Dalla sua pace, una joya para tenor.

Ya en su casa, Don Giovanni recibe a los invitados con una apología del desenfreno, la rápida Finch’han dal vino. La fiesta es una escena tensa: después de Zerlina, reconciliada con el comprensivo Masetto, llegan Ottavio, Anna y Elvira, enmascarados (Ricomenzate). Mozart, siempre innovador en los finales de acto, mezcla tres danzas: un minueto para los nobles, una contradanza típica burguesa y un baile campestre tirolés. Suenan a la vez y sin estorbarse. El anfitrión retoma su acoso a Zerlina, que pide auxilio. Cuando le pillan con las manos en la masa y lo acusan de asesinato, huye por la ventana.

ACTO II
Leporello quiere dimitir, pero Don Giovanni lo convence con su verborrea (y su dinero). “¿Cómo sois capaz de engañarlas a todas?”, inquiere el sirviente. “Quien es fiel a una traiciona a las demás”, replica. Ya tiene otro objetivo: la doncella de Elvira. Para que ella crea que son del mismo estamento, intercambia su vestimenta con el criado. Desde el balcón, Elvira se atormenta: odia al galán pero no puede evitar desearlo. Él finge arrepentimiento para que baje a la calle. “Tenéis un alma de bronce”, sentencia Leporello, que sin embargo acepta hacerse pasar por el noble y se lleva de allí a Elvira.

Don Giovanni entona una sedosa serenata con mandolina, Deh vieni alla finestra, pero su intento se frustra (otro más) por la aparición de Masetto, que va a su caza con varios hombres. El seductor se hace pasar por Leporello, logra dividir el grupo y, a solas con el campesino, lo muele  a palos. Menos mal que lo consuela Zerlina con la erótica Vedrai carino: “Te voy a dar un remedio natural… ¡Tócame aquí!”. Por su parte, Leporello se ve rodeado: Ottavio y Anna, Masetto y Zerlina... todos tienen razones para castigarlo, y da igual que se identifique como criado. Tras un quinteto muy agitado, consigue escapar. Ottavio tranquiliza a su  prometida con otra melodía de oro, Il mio tesoro, a la que sigue la no menos extraordinaria Mi tradì, de Elvira.

Leporello se reencuentra con Don Giovanni en un cementerio. Una voz fantasmal amenaza: “Dejarás de reír antes del alba”. Es la estatua del Comendador, a la que el mujeriego, bravucón, invita a cenar. Mozart usa los trombones, graves y contundentes, para aludir a lo sobrenatural. En el salón de su palacio, una pequeña orquesta ameniza la cena con éxitos de la época, incluida una melodía de Las bodas de Fígaro. Irrumpe Elvira, todavía con esperanzas de recuperar a Don Giovanni: “¡Cambia de vida!”. Él la vuelve a despachar. De pronto, un grito. Leporello va a ver y vuelve horrorizado: “¡El hombre de piedra!”.

Dos acordes tremendos introducen la impresionante escena con el Comendador. El bajo habla lento, solemne. La orquesta pinta la muerte y el infierno con golpes de timbal (latidos) y escalas de las cuerdas (fuego). Don Giovanni, valiente, lo hace pasar. “¡Arrepiéntete de tus pecados!”, insiste el fantasma. “No”, responde nueve veces, antes de morir y hundirse en el abismo. El drama ha concluido, pero la moral de la época exigía un happy end. El epílogo es un sexteto con moralina: “Así termina quien anda mal”.


LA MÚSICA DE MOZART

Medio año después de su aplaudido estreno en Praga, Don Giovanni fracasó en Viena, poco afín a Mozart. El emperador José II intentó consolarle: “Una música preciosa, pero demasiado difícil para nuestro paladar”. Dos siglos y medio más tarde, no solo se la considera la “ópera de las óperas” (tan compleja que siguen publicándose ensayos), sino que es una de las favoritas del público.


En su plenitud musical, cuatro años antes de morir, el compositor usó todos los recursos a su alcance. Sin cortapisas. ¿Que la norma dice que no se puede escribir una escena para tres voces de la misma tesitura? Nada más comenzar, un trío de bajos (Ah, socorso). ¿Que los recitativos –declamados de los cantantes- deben llevar solo un fondo de clavecín? Aquí los acompaña la orquesta, y esos pasajes, antes tan monótonos, cobran ritmo y belleza.

La vocación teatral de Mozart queda patente en el desenlace: con un espeluznante acorde (séptima disminuida de re menor), la voz rotunda del Comendador, los golpes de timbal y las cuerdas que emulan llamas del infierno, hoy sigue estremeciendo. Otro gran avance fue el metalenguaje: en la cena, la orquesta toca temas de tres óperas coetáneas: Una cosa rara, del español Vicente Martín i Soler; Fra i due utiganti, de Giuseppe Sarti; y, por último, Non più andrai, aria de Las bodas de Fígaro (“Ésta la conozco”, bromea Leporello).

Como el libreto critica la diferencia de clases, la música las caracteriza: los aristócratas mantienen siempre la contención y la distancia, como Elvira (su línea vocal es elegante, por muy furiosa que esté), mientras que los campesinos celebran la boda con una canción popular en la que las cuerdas graves imitan la gaita (con su bajo continuo machacón, también llamado “nota pedal”). Así, cuando Don Giovanni quiere conectar con la humilde Zerlina, adapta su canto, de armonía y melodía más simples (Là ci darem). 

Los dos mundos conviven al final del primer acto, un baile democrático: la orquesta toca a la vez tres danzas (minueto, contradanza y baile tirolés), cada una propia de un estamento y con un ritmo diferente. Como bien contaba Leporello en su catálogo, la paleta de Don Giovanni no distingue entre camareras y duquesas. De hecho, Mozart iguala al criado y al señor: comparten el mismo registro vocal y pasan media obra con la ropa intercambiada.

Pese a todas las innovaciones, Don Giovanni mantiene la esencia de su autor: melodías impagables en arias y conjuntos, una orquestación prodigiosa (en Batti, batti, la voz de Zerlina sigue a la flauta en un hermoso canon) y, por encima de todo, esa pasmosa naturalidad por la que todo nos suena tan fácil.

SOBRE DON GIOVANNI

En 1913, un historiador que investigaba los manuscritos de Giacomo Casanova en la biblioteca del castillo de Dux (República Checa) halló los borradores de dos escenas de una ópera. Era, cómo no, Don Giovanni. El galán más famoso de todos los tiempos no solo asistió a su estreno en octubre de 1787, sino que había participado en su elaboración (algunas fechorías del protagonista parecen experiencias suyas). 

Casanova era íntimo de Lorenzo da Ponte, 24 años más joven: dos hombres de letras, venecianos cultivados y mujeriegos con pasado clerical. Cuando los empresarios del Teatro Nacional de Praga, satisfechos por el éxito de Las bodas de Fígaro, encargaron al libretista una segunda colaboración con Mozart, Da Ponte propuso la leyenda de Don Juan, presente desde el siglo XVII en el teatro (Tirso, Molière), la poesía (Lord Byron) y posteriormente el cine (de El ojo del diablo, de Bergman, a la reciente Don Jon).

El retrato, pese a la vitalidad de sus dos/tres autores, rezuma amargura y tensión desde la obertura. En su dramma giocoso, Mozart rompió la barrera entre los dos modelos de teatro, el serio y el cómico, hasta entonces poco respetado. Al primero pertenecen figuras como el Comendador o Doña Anna, mientras que los alocados finales de acto nacen de la tradición bufa. En las escenas sobrenaturales emplea el trombón, antes exclusivo de la iglesia.

Lo grave y lo humorístico se alternan con naturalidad, como en la vida misma. Esto no extraña ahora, pero la ópera llevaba anquilosada desde el barroco; se repetían fórmulas prefijadas para describir los sentimientos: un tipo de música para el amor, otro para la tristeza… todo resultaba postizo. El genio de Salzburgo aportó unos protagonistas humanos, vulnerables, llenos de matices. Leporello, por ejemplo, maldice a su señor, pero se deja “comprar” por él; y Elvira intenta redimirlo porque lo odia tanto como lo ama. Una ambivalencia que el público comparte. El enigmático burlador, siempre a la carrera, ni siquiera cuenta con un aria en condiciones (en la serenata va disfrazado).

En la casa de Mozart, Salzburgo, el director artístico del Festival, el alemán Sven-Eric Bechtolf, sitúa la acción en un hotel. ¿Qué mejor símbolo del antihéroe que este lugar de paso, elegante pero gélido? No es el único acierto de esta sólida producción: el mentiroso galán lleva una chaqueta… de piel de serpiente. Aunque lo mejor es el elenco: Ildebrando D’Arcangelo, quizá el mejor Don Giovanni de la actualidad; la bella moldava Valentina Nafornita, ganadora más joven de la historia del prestigioso concurso de la BBC Cardiff Singer, o el incomparable Luca Pisaroni como Leporello.

Textos: Javier Heras

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