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lunes, noviembre 18, 2013

LOS ENIGMAS DE TURANDOT: TRIVIAL CON DIEZ ENTRADAS PARA LA ÓPERA TURANDOT DE PUCCINI - CINES VAN GOGH - JUEVES 21 NOVIEMBRE´13 - 20H


de Puccini, en los Cines Van Gogh de León
a las 20h el jueves 21 de noviembre´13

Nueva edición del TRIVIAL ÓPERA, en esta ocasión con los enigmas de Turandot, para conseguir una de las diez entradas para esta ópera de Puccini.

Como en el Trivial anterior, enviar las respuestas correctas además del nombre y apellidos a leon@jmspain.org

Toda la información sobre la producción que se podrá ver el jueves 21 de noviembre en los Cines Van Gogh en ESTE ENLACE.

Tendrán prioridad aquellas personas que no se hayan visto agraciadas con una entrada en los trivial anteriores.

Responde a los tres enigmas que plantea la princesa Turandot a sus pretendientes en la ópera de Puccini en el acto II.

1) En la sombría noche vuela un fantasma iridiscente, sale y despliega sus alas sobre la negra e infinita humanidad, todo el mundo lo invoca y le implora, pero el fantasma desaparece con la aurora y renace en el corazón, y cada noche nace, y cada día muere...

2)Se escabulle como una llama sin serlo, tal vez es delirio. Es fiebre de ímpetu, ardor, la inercia lo transforma en languidez, si te pierdes o te mueres, se enfría; si sueñas con conquistas, se inflama; tiene voz, la escuchas palpitar, es el vivo resplandor del crepúsculo...

3) Hielo que te hace arder, y se hiela con tu fuego. Blanca, y oscura. Si quieres ser libre te hace esclavo, si por esclavo te acepta te hace rey...


Turandot, la última ópera de Puccini. Algunos habréis oído hablar de ella, otros no, pero os puedo asegurar que todos conocéis su aria más famosa, Nessun dorma, que se ha (sobre)utilizado en películas, anuncios, retransmisiones deportivas… No me voy a extender en esto ahora (más abajo, como curiosidad, adjuntaré algunas escenas), pero aquí va una muestra: en Mar adentro, de Amenábar, cuando el tetrapléjico Ramón Sampedro imagina que se levanta, se tira por la ventana y sobrevuela los prados hasta llegar al mar, el director escoge la más emotiva de todas las arias.

Como esa versión es bastante floja (el tenor José Manuel Zapata no llega bien a los agudos finales, y sobre todo se nota en el “Vincerò”, que corta súbitamente, sin respetar el calderón escrito en la partitura), aquí van dos versiones como dios manda. De dos de los mejores tenores de la historia. Seguramente el Calaf más memorable haya sido CorelliTampoco se queda atrás Jussi Bjorling.

Sigamos, que Turandot es mucho más que esta (impresionante) aria. Para empezar, supone el punto final de la gran tradición de ópera italiana que había comenzado con Monteverdi a finales del XVI. Estrenada en 1926, ninguna de las óperas coetáneas ni posteriores se le acerca ni por asomo en número de representaciones (lo que el público sigue pidiendo, tanto tiempo después, es Verdi, Mozart, Puccini…).
Además, resulta una rareza en la trayectoria de su compositor; por una parte, porque el libreto (legendario y fantástico, acerca de una implacable princesa china que reta a sus pretendientes con tres enigmas y, si fallan, les corta la cabeza) se distancia radicalmente del realismo de los dramas que le habían dado fama y prestigio, como La Bohème o Tosca. El desconcierto no hace sino aumentar cuando oímos las primeras notas, unos acordes muy estridentes.

Puccini siempre fue de por libre, bastante ajeno a las tendencias y modas (lo habían criticado por conservador), pero no pudo resistirse a los progresos musicales de principios del siglo XX. Había asistido al estreno en Florencia de la revolucionaria Pierrot Lunaire, de Schonberg, el padre del dodecafonismo. Es imposible explicar qué significa la atonalidad en pocas líneas, pero básicamente implica que las 12 notas de la escala tienen el mismo valor, no hay una tónica en torno a la cual las demás graviten, como en la música a la que estamos acostumbrados.

En Turandot también se percibe una gran influencia de Stranvinski, que en sus ballets Petrushka y La consagración de la primavera había experimentado con la bitonalidad (uso de dos notas tónicas al mismo tiempo, lo que produce una gran tensión). Aquí va un ejemplo muy obvio; son las variaciones Goldberg de Bach tocadas en dos tonalidades a la vez: la mano derecha en la tonalidad original, Sol Mayor, y la izquierda un semitono menos de lo habitual, Fa sostenido mayor. El experimento es una aberración, pero  nos ayuda a entender en qué consiste.

Si prestamos atención, los instrumentos graves suenan en Re menor (contrabajos, clarinetes, fagotes, tuba…) y los agudos (violines, trompetas) en Do sostenido menor, lo que genera una tensión inmensa. Pero aquí la bitonalidad ya no nos parece un experimento absurdo, ¿verdad? Porque consigue su objetivo: transmitir el terror en el que vive el pueblo de Pekín. El uso de las disonancias en la armonía es muy habitual en el cine, sobre todo en el de suspense y horror.
            También es muy disonante la impresionante escena de los enigmas, aquí con la fabulosa Eva Marton. Su melodía la avanza la orquesta en el 0.30, y luego será el motivo que repite la soprano en cada pregunta y el tenor en cada respuesta. La armonía es estridente, de nuevo para provocar intranquilidad, tensión, que es lo que necesita ese momento de la obra.

De todos modos, Puccini se caracteriza, ante todo, por la melodía. Es su esencia: las arias cantables, expresivas, románticas. Aunque use lenguaje moderno, no se traiciona. En una carta de 1922, escribió: “El público ha perdido el paladar; ya no se practica la melodía, o se hace de forma vulgar”. En Turandot, apenas han pasado tres minutos del inicio del primer acto cuando nos encontramos con una gran melodía, amplia, arrebatadora, primero en los violines y el coro y después en la voz del tenor, Calaf, que acaba de reencontrarse con su viejo padre, Timur, después de que los desterraran de su reino. Esta versión, con Plácido, pone los pelos de punta.

El mejor ejemplo de aria inolvidable es Nessun dorma, cuyo motivo principal responde exactamente a la forma de arco que suele caracterizar sus mejores composiciones: comienza en las notas graves, sube a las notas agudas y regresa. Si viéramos la partitura, la forma se aprecia muy bien, en el pentagrama superior a partir del min. 0.48 se suceden varios arcos de 8 notas.

Esa forma se repite en otros de los momentos memorables de Turandot, como el adiós de Liù, Tu che di gel sei cinta. Merece la pena escucharla entera, por la voz inimitable de Montserrat Caballé y por la orquestación (en el segundo 35 y en el 1.45 aparece un sutil pizzicato de cuerdas que emula las lágrimas por el amor perdido).

El tercer rasgo musical de Turandot es el color exótico de Asia, las genuinas armonías chinas. Si algo se le daba bien a Puccini era describir mediante la orquesta el ambiente de cualquier lugar, ya fuera Roma en Tosca, el convento deSor Angélica, París en La Bohème o el Oeste norteamericano en La fanciulla del West. Veinte años antes, para Madame Butterfly, se había documentado a fondo en el folclore japonés. Y ahora fue más allá.
-Para empezar, utilizó en algunas arias melodías tomadas literalmente de canciones populares , como la famosísima Mo-Li-Hua, “la flor de jazmín”. Aquí, a partir del min. 0.20. También aquí.
En la ópera, la canta por primera vez el coro de niños (Là sui monti).
Y después suena como leitmotiv en numerosas ocasiones. Aquí, en los vientos metales, grandiosos, en el 2.40.

-Los personajes de los ministros Ping, Pang y Pong le narran a Calaf  lo terrible que es Turandot (Notte senza lumicino), en el 1.40, que deriva de las típicas melodías de los templos asiáticos.

-Otra fórmula de Puccini para evocar imágenes de Asia es utilizar percusiones propias de ese continente: el gong, los platillos o las cajas chinas. Están presentes toda la obra, desde la primera escena (Popolo di pekino…)

-Por último, adopta las escalas orientales para elaborar  melodías propias “a la manera” china, para que suenen tan italianas como asiáticas. El caso más evidente es el personaje de Liù, que en sus arias canta en la escala pentatónica, de tonos enteros (sin semitonos). Para entendernos: todos hemos tenido delante un piano y hemos tocado solo las teclas negras:
Pues bien, nos pasa algo parecido cuando oímos la línea vocal de Liù, que "suena" a China, aquí en su primera aria, Signore ascolta, con la maravillosa Mirella Freni.

Y lo mismo los tres ministros, Ping, Pang Pong, que resultan muy interesantes porque Puccini combina la escala pentatónica con el estilo vocal italiano y con ciertas disonancias (las cuerdas a partir del segundo 33).

El caso de la princesa Turandot es distinto, porque sus melodías nos llevan a Asia, pero Puccini la quiso caracterizar como un personaje frío, terrible y al mismo tiempo atormentado, lo que obliga a la soprano a elevarse hasta sobreagudos portentosos. Aquí, la prodigiosa Brigit Nilsson (min. 2, min. 3.20…).

Grandiosa versión también la de Joan Sutherland, que supo abordar un papel que en principio no le favorecía lo más mínimo.

La confluencia de esos tres universos sonoros (la tradición italiana, el exotismo chino y la disonancia contemporánea) es lo que convierte Turandot en una partitura extraordinaria. Una verdadera lástima que Puccini no viviera para rematarla. Murió en una operación de cáncer de laringe en 1924. Los 36 folios de borradores que dejó para el final del tercer acto los orquestó como pudo Franco Alfano (joven autor de "Cyrano de Bergerac"). El dúo final debía ser el clímax, un reto complicadísimo porque la princesa ha de pasar del odio al amor de forma creíble. Puccini tenía en mente los dúos de Lohengrin y sobre todo Tristán e Isolda (admiraba a Wagner, y escribió en una nota al final de la partitura acabada: “Poi Tristano”, “después Tristán”). Lo que pergeñó Alfano es muy inferior, sobre todo viniendo del delicado lamento fúnebre por Liù. No se puede comparar esta maravilla con este dúo tosco y brusco.

Pese al amargo regusto final, Turandot es una joya de principio a fin, apenas dos horas de acción condensada, con unos versos de mucha altura y una música inolvidable. 

Javier Heras Delgado

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