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lunes, febrero 23, 2015

TIENES 66 HORAS PARA RESOLVER EL TRIVIAL SOBRE EUGENE ONEGIN Y CONSEGUIR UNA DE LAS 10 ENTRADAS QUE TENEMOS PARA ASISTIR A LA ÓPERA EN LOS CINES VAN GOGH EL JUEVES 26 DE FEBRERO´15 A LAS 20H


EUGENE ONEGIN

de Piotr Ilich Chaikovski
Escenas líricas en tres actos
Grabada en directo en el Festival de Salzburgo en julio de 2007
Dirección musical de Daniel Barenboim, dirección de escena de Andrea Breth

Los Cines Van Gogh nos ofrecen 10 entradas para las personas que contesten en forma y tiempo al trivial que proponemos para esta ópera de Chaikovski.

Tenemos 10 entradas 10 para las primeras personas que acierten las respuestas a este TRIVIAL y las envíen a este correo: leon@jmspain.org indicando las respuestas correctas, nombre, apellidos y correo de contacto (sólo se admitirá una respuesta por dirección de correo y por persona, teniendo prioridad quienes no hayan obtenido entrada en el trivial anterior).

Tenéis de plazo hasta las 15h del jueves 26 de Febrero´15!!!

Las personas afortunadas recibirán un correo de confirmación y podrán recoger la entrada en la taquilla de los Cines Van Gogh el jueves 26 de Febrero´15 presentando el DNI.

1.- Dos títulos de otras óperas compuestas por Chaikovski.
2.- Dos títulos de ballets famosos de Chaikovski.
3.- Quién fue el escritor en quien se inspiraron los libretistas de Eugene Onegin.

Podéis visitar esta entrada del Blog de PUNTOCOMA donde Javier Heras nos hace un estudio audiovisual de Eugene Onegin.


 Director musical: Daniel Barenboim
 Director de escena: Andrea Breth
 Escenografía: Martin Zehetgruber
 Vestuario: Silke Willrett y Marc Weeger
 Iluminación: Friedrich Rom
 Maestro del coro: Thomas Lang
Orquesta Filarmónica de Viena
Coro de la Ópera Estatal de Viena


ARTISTAS, PERSONAJES Y VOCES
Peter Mattei | Eugene Onegin | barítono
Anna Samuil | Tatiana | soprano
Ekaterina Gubanova | Olga, hermana de Tatiana | mezzosoprano
Joseph Kaiser | Lenski, poeta, prometido de Olga | tenor
Ferruccio Furlanetto | Príncipe Gremin | bajo
Renée Morloc | Madame Larina, terrateniente, madre de Tatiana | mezzosoprano
Emma Sarkisyan | Filipyevna, ama de llaves |mezzosoprano
Ryland Davies | Triquet | tenor

• Escenas líricas en tres actos
• Música de Piotr Illich Chaikovski, libreto del compositor y Konstantin Shilovsky, sobre la novela en verso de Alexandr Pushkin
• Estrenada en el Conservatorio de Moscú el 29 de marzo de 1879

En 1877, recién estrenado su primer ballet, El lago de los cisnes, Chaikovski cenaba en casa de los Lavrovsky, que le proponían argumentos para futuras óperas. La mezzosoprano Elizaveta sugirió Eugenio Onegin, la novela en verso del gigante ruso Alexandr Pushkin, sobre un dandy que rechaza el amor de una joven para gozar de su libertad (y años después, en pleno vacío existencial, vuelve a encontrarse con ella y se arrepiente).

Al principio el compositor se sintió abrumado, pero enseguida el reto le fascinó, como escribió a su mecenas: “¿Qué idea tan atrevida, ¿verdad?”. No tanto. El texto original reunía cualidades muy propicias para una ópera: largos monólogos, diálogos apasionados… El libretista, Konstantin Shilovsky, cortó pasajes y los cambió de orden, pero en esencia todos los versos son los originales; de ahí su altura literaria. Como la estructura se aleja de las óperas convencionales (la acción, discontinua y algo abstracta, se divide en siete cuadros), Chaikovski acuñó por si acaso el subtítulo de “escenas líricas”.


NOTAS A LA PRODUCCIÓN
¿Qué hace tan fascinante a Chaikovski? ¿Por qué conocemos tantas de sus piezas, de la Obertura 1812 a La bella durmiente o El lago de los cisnes? Seguramente se deba a que escribía desde las entrañas. La música refleja al hombre: impetuoso, enamoradizo, nervioso…

Solía identificarse con las protagonistas de sus óperas, como Iolanta, Juana de Arco o, por supuesto, Tatiana, de Eugene Onegin. Según el coreógrafo Boris Eifman, es “una enciclopedia del alma rusa, con una gran vida interior y una moral social estricta”. Está condenada a sufrir por confesar sus sentimientos; igual que le sucedía al compositor, homosexual reprimido en la sociedad zarista. Chaikovski incluso cambió el comienzo original (la infancia de Eugene) para que Tatiana salga primero a escena. En cambio, odiaba a Onegin. Con tal de no obrar como él, no supo rechazar a su alumna Antonina Miljukowa, que se le declaró por carta (!) en 1878, precisamente cuando escribía la partitura en Clarens, Suiza (sufragado por su mecenas, Nazedha Von Meck). El compositor creía que debía casarse para ser respetado. Error: duraron nueve semanas. Él intentó suicidarse en un río; Antonina, inestable y ninfómana, terminó en un manicomio.

Los paralelismos no acaban ahí. Pushkin, autor de la novela, pareció intuir en Eugene Onegin su propio destino: igual que Lenski, murió joven en un duelo absurdo con Georges D’Anthés, quien cortejaba a su esposa. El escritor, un tótem en Rusia, ha inspirado óperas magníficas, entre ellas Boris Godunov, de Mussorgsky, o La dama de picas, también de Chaikovski. Pero el libreto de Onegin es único. A diferencia de la mayoría, no simplifica el texto original; conserva toda su sutileza. Y su realismo: los personajes aman, dudan, se equivocan, sufren rechazo o arrepentimiento. Todo es profundamente humano. En el desenlace no hay muerte, furia ni aspavientos. El telón cae sobre la nostalgia, la tranquila tristeza, como en Casablanca o Raíces profundas. Parece increíble que el festival de Salzburgo nunca hubiera presenciado esta obra maestra. Por suerte, el éxito estaba asegurado con la batuta de Daniel Barenboim (que no pisaba la ciudad austriaca desde 1994) y el protagonismo del mejor Onegin de estos tiempos, Peter Mattei, con su hermoso timbre de barítono y su inmensa presencia escénica. La joven Anna Samuil le dio réplica como Tatiana Olga. Siempre es un lujo contar con Ekaterina Gubanova (Olga) y sobre todo con el bajo Ferruccio Furlanetto, en un papel tan breve -pero de lucimiento- como Gremin. La idea de la escenógrafa Andrea Breth de trasladar la acción a la decadente Unión Soviética de los 80 no convenció a todos.

LA MÚSICA DE CHAIKOVSKI
“No tengo sensibilidad para los escenarios, me cuesta escribir óperas”, se lee en una carta del siempre atormentado Chaikovski (1840-1893). Compuso diez; entre ellas, Eugene Onegin, la más importante del repertorio ruso. Se le recuerda más por sus ballets, pero la pasión de su música encaja aún más en el género operístico. “Toda su obra tiene algo teatral”, explica el director Valery Gergiev. “Por eso sus sinfonías son un viaje para el público; te transportan a una escena, imaginas acciones, vestimentas…”.

De pequeño, el inquieto y sensible Piotr Ilich –“un niño de porcelana”, según su niñera- se quejaba de que cada canción que oía resonaba en su cabeza: “¡Llévensela! No me deja dormir”. Quién sabe si de ahí nació su mayor don, ese caudal de melodías contagiosas, dulces, sensuales. También deslumbra su orquestación, donde se nota su dominio de la sinfonía (recordemos la magistral Patética). Los personajes se asocian a ciertos motivos musicales: el aria de amor de Lenski (Ya lyublyu vas) se vuelve a oír al final del Acto II, durante el duelo con Onegin; es la flauta travesera la que reproduce la melodía, en modo menor (antes era mayor), como una despedida.

Ningún instrumento sobra. Se aprecia especialmente en la escena de la carta, cuando la voz expone los sentimientos de Tatiana y responden los vientos: oboe, flautín, trompa… una gama de colores inmensa. Este sublime retrato psicológico es, sobre todo, muy creíble, sin la exageración típica de los melodramas. Su equilibrio y naturalidad confirman la influencia de Mozart, su compositor favorito.

Evidentemente, esta música no resultaba lo suficientemente rusa según el criterio nacionalista del Grupo de los Cinco (Balakirev, Borodin…), que desconfiaban de Chaikovski por su formación clásica en el Conservatorio de San Petersburgo. Siglo y medio después, cualquiera aprecia en sus escalas un cierto aire eslavo, el eco de las canciones populares de su infancia en el campo; si bien sus óperas suenan “occidentales” y siguen el esquema italiano de números cerrados y líneas de canto elegantes. Aparte de sus grandes arias, dúos y cuartetos, se nota su gusto por la danza: vals, polonesa… Ante las críticas más habituales (sensiblero, facilón, “una máquina de sollozar”, en palabras de Wagner), responde con rotundidad el director de orquesta Charles Hazlewood, autor de su biografía para la BBC: “No se le toma en serio debido a su inmensa popularidad, pero se merece más, era un visionario”.

SINOPSIS
ACTO I [Una finca en el campo]
La introducción de orquesta, melancólica, sugiere el tema central de esta ópera: el paso del tiempo. De eso trata la conversación de la terrateniente Larina con su ama de llaves, Filipyevna; evocan un amor de juventud. A lo lejos, los campesinos regresan de la cosecha entonando una canción popular rusa (Uzh kak po mostu) que entristece a la pequeña de las hijas, Tatiana, obsesionada con las novelas románticas. “¡Siempre soñando despierta!”, le achaca su hermana mayor, la vitalista Olga, en el aria Ah, Tanya. Su madre le advierte sobre los príncipes azules: “En la vida real no hay héroes”.

A la finca llega el poeta Lenski, prometido de Olga. Trae a su mejor amigo, Eugene Onegin, un aristócrata de San Petersburgo con fama de vividor. “¡Mi espera ha terminado!”, se dice Tatiana, en un cuarteto en el que los personajes piensan en voz alta. Sin embargo, Onegin solo muestra cortesía. Entretanto, Lenski pasea con Olga y la corteja con un aria bellísima, Ya Liublyiu vas: “Te amo como solo el loco espíritu de un poeta está condenado a amar”.

En el segundo cuadro la joven se encuentra en su dormitorio. De la emoción, no logra conciliar el sueño. Decide sentarse y escribir una declaración a Onegin. La larga escena es excepcional por su realismo (¿quién no se ha sentido así alguna vez?) y por una música que apoya los estados de ánimo. Tatiana pasa de la indecisión (“Pensé callar”) a la esperanza: “¡Valor, tiene que saberlo (…) Sé que dios te ha enviado… ¡te espero!” Al amanecer, pide a Filipyevna que le lleve el mensaje.

En el jardín, con el fondo de un frívolo coro de campesinas que recolectan bayas, la respuesta de Onegin le parte el corazón. Él intenta mostrarse amable, pero le aclara que su alma necesita la soledad: no podría soportar la monotonía del matrimonio, y la falta de libertad le parecería “un martirio”.

ACTO II [Salón de baile]
Después de un delicado entreacto de orquesta, comienza el vals con el que Tatiana celebra su cumpleaños. Los vecinos de la zona rumorean sobre Onegin: “Es un patán”. El joven, irritado y aburrido, la toma con Lenski, que fue quien le convenció de acudir. Para escarmentar a su amigo, saca a bailar a Olga, que acepta encantada.El poeta se retuerce de los celos. “¡Te enojas por nada!”, le contesta su prometida. Después de unos pareados del francés Triquet (Cuplé), Lenski no aguanta más y se enfrenta con su amigo delante de todos: “El honor es solo un sonido, la amistad una palabra…”. Onegin se intenta disculpar torpemente… hasta que los insultos del escritor le ofenden y decide aceptar un duelo.

Al amanecer, a la orilla de un río helado, Lenski aparece con su padrino. En un aria que pone los pelos de punta (Kuda, kuda: “¿Dónde os habéis ido, dorados días?”) lamenta la pérdida del amor y de la amistad, repasa su vida (de nuevo, el tiempo como protagonista) y se resigna a un terrible destino. Su rival aparece acompañado de su criado, que hará de valedor. Los dos amigos saben que el combate no tiene sentido, pero no encuentran la forma de salvarse. “Tanto tiempo unidos (…) ahora, a sangre fría, nos disponemos a destruirnos”. La bala de Onegin alcanza a Lenski y lo mata.

ACTO III [Una mansión en San Petersburgo]
Han pasado años. En el palacio del príncipe Gremin, los invitados se divierten al son de un polonesa. Entre ellos, Onegin, que ha regresado a su país después de muchos viajes: “Abandoné mis tierras, donde una sombra ensangrentada se me aparecía cada día. Me abandoné a las pasiones (…) y hasta esto se volvió tedioso”.

Lo que no espera es encontrarse aquí a Tatiana. La chiquilla de provincias es ahora una gran dama de la aristocracia, casada con el príncipe, quien le dedica una de las mejores arias para bajo del repertorio ruso (Lyubvi vsye vozrasti, “al amor se sucumbe a cualquier edad”).

Onegin, profundamente impresionado y arrepentido de no haber correspondido a Tatiana cuando tuvo oportunidad, le escribe una carta. Ella, en el fondo, todavía lo ama: “¡Mi pasión ha vuelto a despertar!”. Pero está casada y sabe cuál es su deber. En el maravilloso dúo final, lucha contra sí misma y está a punto de sucumbir a las hermosas promesas del caballero (“Mi único anhelo es adorarte, palidecer y olvidarme de todo”), pero se arma de valor y lo rechaza: “Tanta felicidad no es posible (…) ¡Adiós para siempre!”. A Onegin solo le queda angustia y soledad.

Textos: Javier Heras

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