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lunes, febrero 24, 2014

LOS ENIGMAS DE SIMON BOCCANEGRA DE GIUSEPPE VERDI - TRIVIAL PARA CONSEGUIR UNA DE LAS DIEZ ENTRADAS PARA ESTA ÓPERA EN LOS CINES VAN GOGH - JUEVES 27 FEBRERO´14 - 20H


de Giuseppe Verdi
grabada en directo en el Teatro Alla Scala de Milán en 2010
con Plácido Domingo, y la dirección de Daniel Barenboim
en los Cines Van Gogh de León
a las 20h el jueves 27 de febrero´14

Los Cines Van Gogh nos ofrecen 10 entradas para las 10 primeras personas que acierten las respuestas a este TRIVIAL y las envíen a este correoleon@jmspain.org indicando las respuestas correctas, nombre, apellidos y   correo de contacto (sólo se admitirá una respuesta por dirección de correo y por persona, teniendo prioridad quien no se haya beneficiado del trivial anterior).

Las personas afortunadas recibirán un correo de confirmación y podrán recoger la entrada en la taquilla de los Cines Van Gogh el jueves 27 de febrero.
  1. ¿Por qué ha sido un reto para Plácido Domingo interpretar el papel de Boccanegra?
  2. Verdi compuso Simon Boccanegra ¿antes o después de Il Trovatore?
  3. ¿Cómo se llama el dramaturgo romántico español en el que se basa la ópera?
  4. ¿Con qué potencia marítima rivalizaba Génova en el siglo XIV?
  5. ¿En qué poeta se inspira el discurso de paz de Boccanegra cuando reúne a la Asamblea para evitar que declare la guerra a Venecia?


SIMON BOCCANEGRA

FICHA
Director musical: Daniel Barenboim
Director de escena: Federico Tiezzi
Decorados: Pier Paolo Bisleri
Vestuario: Giovanna Buzzi
Maestro del coro: Bruno Casoni
Orquesta y coro del Teatro Alla Scala de Milán

artistas, personajes y voces
Plácido Domingo, barítono: Simon Boccanegra, Dux de Génova| 
Ferruccio Furlanetto, bajo: Jacopo Fiesco/Andrea, aristócrata
Anja Harteros, soprano: Amelia/María, hija secreta de Simon
Fabio Sartori, tenor: Gabriele Adorno, prometido de Amelia
Massimo Cavaletti, barítono: Paolo Albiani, canciller de Génova
Ernesto Panariello: barítono: Pietro, jefe del partido del pueblo
Coro:Consejeros, marineros, pueblo

• Ópera en un prólogo y tres actos
• Música de Giuseppe Verdi, libreto de F. M. Piave, basado en el drama homónimo de Antonio García Gutiérrez. Revisión de Arrigo Boito
• Estrenada el 12 de marzo de 1857 en La Fenice de Venecia
• Duración: 2h. 45 min., incluido un descanso
• En italiano con subtítulos en castellano

Cuatro años después de adaptar el drama de Antonio García Gutiérrez El trovador, Verdi recurrió a otra obra del autor español, Simón Bocanegra. Se centra en el líder del partido del pueblo que se convirtió en dux de Génova a mediados del siglo XIV. En una época conflictiva (por el enfrentamiento entre los nobles y los plebeyos y las hostilidades con Venecia por el comercio), supo controlar la violencia y gobernar con justicia, pero murió asesinado. García Gutiérrez le añadió un pasado heroico y aventurero que en realidad perteneció no a Simón sino a su hermano, el corsario Egidio.
Pese al talento del libretista, Francesco Maria Piave (La traviata), el resultado es tan oscuro y confuso como el de Il trovatore. Cuesta seguir la trama porque muchos acontecimientos se producen fuera de escena (el secuestro y liberación de Amelia), y se suceden las revueltas de no sabemos quién ni por qué (primero los plebeyos, luego los nobles). El hecho de que varios personajes usen nombres falsos (Andrea/Fiesco) tampoco ayuda. Pero en realidad nada de eso importa. A Verdi, como siempre, le interesaban las relaciones humanas, en este caso el triángulo entre Simón, su hija perdida Amelia y el abuelo Fiesco, rival de Boccanegra. El tenso contexto político, eso sí, le sirve para realzar la grandeza del dux, hombre de Estado firme pero compasivo.

SINOPSIS

PRÓLOGO
La suave y bellísima introducción de la orquesta describe un ambiente costero: estamos en Génova, a mediados del siglo XIV, tiempo de convulsiones políticas. De noche, dos jefes del partido del pueblo, Pietro y el ambicioso Paolo, traman la elección del nuevo dux (máximo dirigente de la república): quién mejor que Simon Boccanegra, un heroico corsario. Él ni siquiera desea el cargo, pero tal vez le sirva para volver a ver a su amada María, madre de su hija. Está aprisionada en el palacio de su padre, el aristócrata Jacopo Fiesco, que no consiente que se case con un plebeyo.
Mientras Pietro convence al pueblo de que vote al corsario, María muere de tristeza. El padre se atormenta en la desoladora Il lacerato spirito: “No fui capaz de protegerte… ruega por mí”. Aun así, chantajea a Boccanegra (que aún no lo sabe): solo podrá ver a María si le cede la custodia de su nieta; pero la pequeña desapareció misteriosamente hace un tiempo, así que no hay trato. Desesperado, el joven irrumpe en el palacio y encuentra el cadáver. A lo lejos, la plebe aclama al recién elegido dux.

ACTO I
Han pasado 25 años. Boccanegra, en su cargo vitalicio, ha desterrado a sus rivales políticos, entre ellos los Grimaldi. En el jardín de esta familia, la bella Amelia canta ensimismada en la naturaleza, como subraya la orquesta (Come in quest’ora). Llega su prometido, Gabriele Adorno, también enfrentado con el gobierno. Después del único dúo romántico de toda la ópera, Vieni a mirar, un mensajero anuncia al dux. La joven teme que le pida la mano en nombre de Paolo, ahora canciller, y apremia a Gabriele para que solicite permiso de matrimonio a su tutor, Andrea, identidad bajo la que se oculta Jacopo Fiesco. El viejo revela que Amelia no nació noble, sino que los Grimaldi la adoptaron (desconoce que se trata de su propia nieta, la hija perdida de Simon), pero eso a Gabriele no le importa: la boda sigue en pie.
Ya a solas con Boccanegra, Amelia le narra sus orígenes. La conversación les permite atar cabos (lugares, nombres, dos retratos idénticos de María) hasta que se reconocen como padre e hija. La música, magistral, nos contagia la agitación (Alcun là) y el posterior júbilo del barítono: “Figlia!”. “¡Hija! Ante tal palabra me estremezco. Me devuelves un mundo de alegría”. Prometen guardar el secreto. El dux niega el matrimonio a Paolo, que decide entonces secuestrar a la joven.
La acción se traslada a la asamblea, con doce consejeros patricios y doce plebeyos. Boccanegra intenta convencerlos de que no declaren la guerra a su rival, Venecia. Los interrumpe un griterío: el pueblo persigue a Gabriele Adorno por matar a uno de los suyos. Tiene explicación: era el sicario Lorenzino, que tenía capturada a Amelia. El joven, fuera de sí, acusa al propio dux y se dispone a atacarle, pero ella se interpone: delante de todos, dice que el que dio la orden de raptarla sigue impune. Se refiere a Paolo.
Boccanegra lo comprende. Primero aplaca los ánimos de nobles y plebeyos con un sentido discurso de paz (Fratricidi) inspirado en Petrarca: “Lloro por el plácido sol de vuestras colinas, donde en vano florecen las ramas de olivo”. Seguidamente, encarga al propio Paolo que investigue el secuestro (In te risiede) y le obliga a maldecir al traidor… es decir, a sí mismo.

ACTO II
Paolo, expulsado de Génova, se venga de Boccanegra: echa veneno en su copa (Me stesso). Por si fallase, sugiere a Fiesco que lo asesine. El viejo, si bien lleva tiempo conspirando contra el gobierno, se niega a algo tan vil. En cambio, Gabriele acepta porque cree que su amada lo engaña con el dux. El intenso monólogo del tenor pasa de la rabia (O inferno) al miedo a perderla (Pietoso cielo).
El joven trata de apuñalar a Boccanegra mientras duerme, pero de nuevo lo impide Amelia. El dux le cuenta que son padre e hija. En un trío conciliador, Gabriele, arrepentido, le jura ser fiel a su bando en la batalla que se avecina (y que se oye desde la calle). Por su parte, el gobernante tiende la mano comprensiva a quien ha intentado matarlo dos veces. Aunque hay un problema: Simon ha bebido de la copa envenenada.

ACTO III
El levantamiento contra el dux ha fracasado, y entre los detenidos está Paolo, sentenciado al patíbulo. Cuando desvela a Fiesco que ha envenenado a Boccanegra, el noble se horroriza: “Esta no es la venganza que deseo, ¡merecía otro final!”.
En el palacio, a Simon le fallan las fuerzas. Siente cerca su final, y abre las ventanas. “Quiero respirar el aire del cielo abierto. ¡Qué alivio! ¡El mar!”, canta con una nostalgia conmovedora. Fiesco sale de la oscuridad, como un fantasma, para enfrentarse con él (Delle faci festanti): “Se eclipsa tu estrella, tu púrpura cae a pedazos”. Sin embargo, Boccanegra le revela que Amelia Grimaldi es su nieta, y los dos viejos enemigos se acaban perdonando en un dúo grave pero cargado de lirismo (Taci, non dirle). Llegan Amelia y Gabriele, recién casados. El dux proclama sucesor al joven y muere en calma.


LA MÚSICA DE VERDI
Simon Boccanegra es una de las óperas menos representadas del compositor más popular de la historia. “Un Verdi para adultos”, en palabras del barítono Thomas Hampson. Cuando se estrenó en 1857, produjo espanto su tono oscuro, el protagonismo de tres voces masculinas graves, su denso argumento político sin apenas espacio para el amor (se habla, en cambio, de justicia y lealtad) y la ausencia de hits como La donna è mobile. Hoy sigue exigiendo esfuerzo y más de una escucha.
Y sin embargo contiene una música magistral. Por encima de las arias marca de la casa (que las hay: la presentación de Amelia, Come in quest’ora, o el majestuoso Il lacerato spirito, para el bajo), se recuerdan escenas completas, de una fuerza dramática que pocas veces alcanzaría. Al final del primer acto, Boccanegra preside una tensa asamblea de consejeros enfrentados: su bellísima defensa de la paz (Fratricidi!) está en la luminosa tonalidad de Fa mayor; en contraste, cuando condena a Paolo, que secuestró a su hija, modula a Do menor (In te risiede) con la única compañía de un clarinete bajo. El traidor repite la maldición, un leitmotiv muy lúgubre que susurra el coro, casi fantasmal.
A esas alturas, el genio de Busseto (1813-1901) había aprendido a retratar a los personajes con su música: cristalina para Amelia, nerviosa para el vil Paolo, que declama más que canta. Pero da un paso más: la partitura expresa los cambios de ánimo. En el memorable dúo de Boccanegra y su hija, a medida que atan cabos la orquesta acelera el tempo y modula a tonos más agudos para subrayar la creciente excitación. Cuando se abrazan, cantan frases largas y ligadas, muy tiernas, y las cuerdas, en delicado pizzicato, replican el mismo motivo.
La orquesta, antes intrascendente en Verdi, cobraba importancia. Al inicio del tercer acto, por ejemplo, refleja la agitación de la revuelta. Y más logradas aún son las referencias al mar, que dan un color único a la partitura: desde el sosegado prólogo, las cuerdas se mecen como olas; y en la agonía final de Boccanegra, el sonido imita a la brisa, que parece despedirle con un recuerdo de su pasado corsario.
En la línea que inauguró Macbeth y que desembocaría en Otello, el desarrollo es continuo, ágil y fluido, sin números separados. La rica instrumentación sirve para potenciar los recitativos, en los cuales “la voz no sigue los principios del bel canto, sino que profundiza hasta convertirse en una verdadera descripción del alma”, elogia Kurt Pahlen. De ahí que Simon Boccanegra se considere uno de los primeros dramas musicales italianos.

NOTAS SOBRE LA PRODUCCIÓN
Plácido Domingo había pronosticado que el papel de Simon Boccanegra le llegaría en su “último año sobre los escenarios”. Se equivocaba: sigue en plena forma a los 73 años, cuatro después de debutar como el dux de Génova. Si reconvertirse en barítono era un reto inmenso, hacerlo después de un cáncer de colon mereció las ovaciones de La Scala. Su Boccanegra, falto de contundencia en los graves, emociona por su sensibilidad en el fraseo, su presencia y sus dotes de actor. Un privilegio verlo, más aún si lo acompañan la maravillosa soprano Anja Harteros y el legendario bajo Ferruccio Furlanetto, con la dirección reposada de Barenboim.
Verdi tenía mucha fe en esta ópera surgida por encargo del teatro de La Fenice en 1856. Pese a su maltrecha salud y a haber iniciado otros tres proyectos, le atrajeron muchas cosas del drama de García Gutiérrez. Por un lado, el cariz político, tan presente en sus inicios en obras como Ernani o I due Foscari; pero aquí sin patriotismo barato, sino con un “pesimismo cada vez más profundo”, como señala Alex Ross. Por otro lado, la relación entre Boccanegra y su hija perdida, que le permitía ahondar en el intimismo de Rigoletto o Luisa Miller.
Entusiasmado, esbozó el argumento en prosa y encargó el libreto a Piave, autor de La traviata. Como tuvo que viajar a París, la comunicación entre los dos era lenta. El compositor se impacientó y recurrió al poeta Giuseppe Montanelli, exiliado en Francia. A Piave le sentó tan mal que estuvo a punto de no firmarlo.
Meses después, Venecia asistía a un fracaso. El público no entendió el libreto, descabellado, pero lo que dolió a Verdi fueron las críticas a la música (“áspera”, “poco melódica”, “lejana a la tradición”). Inmediatamente corrigió el dúo romántico, que trasladó al jardín para que no todo se desarrollara en oscuros interiores. Volvió a estrellarse en La Scala, y pasó al olvido.
En 1880, después de una década sin componer, el viejo Verdi hizo caso a Ricordi, su insistente editor, y empezó a colaborar con Arrigo Boito. El primer trabajo del talentoso creador de Mefistófeles fue resucitar Simon Boccanegra. Sus retoques y añadidos (toda la escena del Consejo) le insuflaron vida a los personajes: Paolo Albiani, antes un villano cualquiera, se afila como un demonio, al estilo de Yago en la posterior Otello, también de Boito. Y el protagonista cobra grandeza dramática; se convierte en un símbolo gracias a su alegato por la paz, que incluye una cita de Petrarca: “Venecia y Génova son hijas de la misma madre, Italia”. Se reestrenó en 1881 con el éxito que merecía.
Textos: Javier Heras

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