LOS ENIGMAS DE SIMON BOCCANEGRA DE GIUSEPPE VERDI - TRIVIAL PARA CONSEGUIR UNA DE LAS DIEZ ENTRADAS PARA ESTA ÓPERA EN LOS CINES VAN GOGH - JUEVES 27 FEBRERO´14 - 20H
de Giuseppe Verdi
grabada en directo en el Teatro Alla Scala de Milán en 2010
grabada en directo en el Teatro Alla Scala de Milán en 2010
con Plácido Domingo, y la dirección de Daniel Barenboim
en los Cines Van Gogh de León
en los Cines Van Gogh de León
a las 20h el jueves 27 de febrero´14
Los Cines Van Gogh nos ofrecen 10 entradas para las 10 primeras personas que acierten las respuestas a este TRIVIAL y las envíen a este correo: leon@jmspain.org indicando las respuestas correctas, nombre, apellidos y correo de contacto (sólo se admitirá una respuesta por dirección de correo y por persona, teniendo prioridad quien no se haya beneficiado del trivial anterior).
Las personas afortunadas recibirán un correo de confirmación y podrán recoger la entrada en la taquilla de los Cines Van Gogh el jueves 27 de febrero.
- ¿Por qué ha sido un reto para Plácido Domingo interpretar el papel de Boccanegra?
- Verdi compuso Simon Boccanegra ¿antes o después de Il Trovatore?
- ¿Cómo se llama el dramaturgo romántico español en el que se basa la ópera?
- ¿Con qué potencia marítima rivalizaba Génova en el siglo XIV?
- ¿En qué poeta se inspira el discurso de paz de Boccanegra cuando reúne a la Asamblea para evitar que declare la guerra a Venecia?
Más información sobre ésta ópera de Verdi elaborada por Javier Heras, en ESTE ENLACE
SIMON BOCCANEGRA
FICHA
Director musical: Daniel Barenboim
Director de escena: Federico Tiezzi
Decorados: Pier Paolo Bisleri
Vestuario: Giovanna Buzzi
Maestro del coro: Bruno Casoni
Orquesta y coro del Teatro Alla Scala
de Milán
artistas, personajes y voces
Plácido Domingo, barítono: Simon Boccanegra, Dux
de Génova|
Ferruccio Furlanetto, bajo: Jacopo
Fiesco/Andrea, aristócrata
Anja Harteros, soprano: Amelia/María, hija
secreta de Simon
Fabio Sartori, tenor: Gabriele Adorno,
prometido de Amelia
Massimo Cavaletti, barítono: Paolo Albiani,
canciller de Génova
Ernesto Panariello: barítono: Pietro, jefe del
partido del pueblo
Coro:Consejeros, marineros, pueblo
• Ópera en un prólogo y tres actos
• Música de Giuseppe Verdi, libreto
de F. M. Piave, basado en el drama homónimo de Antonio García
Gutiérrez. Revisión de Arrigo Boito
• Estrenada el 12 de marzo de 1857 en
La Fenice de Venecia
• Duración: 2h. 45 min., incluido un
descanso
• En italiano con subtítulos en
castellano
Cuatro años después de
adaptar el drama de Antonio García Gutiérrez El trovador,
Verdi recurrió a otra obra del autor español, Simón Bocanegra.
Se centra en el líder del partido del pueblo que se convirtió en
dux de Génova a mediados del siglo XIV. En una época conflictiva
(por el enfrentamiento entre los nobles y los plebeyos y las
hostilidades con Venecia por el comercio), supo controlar la
violencia y gobernar con justicia, pero murió asesinado. García
Gutiérrez le añadió un pasado heroico y aventurero que en realidad
perteneció no a Simón sino a su hermano, el corsario Egidio.
Pese
al talento del libretista, Francesco Maria Piave (La traviata),
el resultado es tan oscuro y confuso como el de Il trovatore.
Cuesta seguir la trama porque muchos acontecimientos se producen
fuera de escena (el secuestro y liberación de Amelia), y se suceden
las revueltas de no sabemos quién ni por qué (primero los plebeyos,
luego los nobles). El hecho de que varios personajes usen nombres
falsos (Andrea/Fiesco) tampoco ayuda. Pero en realidad nada de eso
importa. A Verdi, como siempre, le interesaban las relaciones
humanas, en este caso el triángulo entre Simón, su hija perdida
Amelia y el abuelo Fiesco, rival de Boccanegra. El tenso contexto
político, eso sí, le sirve para realzar la grandeza del dux, hombre
de Estado firme pero compasivo.
SINOPSIS
PRÓLOGO
La suave y bellísima
introducción de la orquesta describe un ambiente costero: estamos en
Génova, a mediados del siglo XIV, tiempo de convulsiones políticas.
De noche, dos jefes del partido del pueblo, Pietro y el ambicioso
Paolo, traman la elección del nuevo dux (máximo dirigente de la
república): quién mejor que Simon Boccanegra, un heroico corsario.
Él ni siquiera desea el cargo, pero tal vez le sirva para volver a
ver a su amada María, madre de su hija. Está aprisionada en el
palacio de su padre, el aristócrata Jacopo Fiesco, que no consiente
que se case con un plebeyo.
Mientras Pietro convence
al pueblo de que vote al corsario, María muere de tristeza. El padre
se atormenta en la desoladora Il lacerato spirito: “No fui
capaz de protegerte… ruega por mí”. Aun así, chantajea a
Boccanegra (que aún no lo sabe): solo podrá ver a María si le cede
la custodia de su nieta; pero la pequeña desapareció
misteriosamente hace un tiempo, así que no hay trato. Desesperado,
el joven irrumpe en el palacio y encuentra el cadáver. A lo lejos,
la plebe aclama al recién elegido dux.
ACTO I
Han pasado 25 años.
Boccanegra, en su cargo vitalicio, ha desterrado a sus rivales
políticos, entre ellos los Grimaldi. En el jardín de esta familia,
la bella Amelia canta ensimismada en la naturaleza, como subraya la
orquesta (Come in quest’ora). Llega su prometido, Gabriele
Adorno, también enfrentado con el gobierno. Después del único dúo
romántico de toda la ópera, Vieni a mirar, un mensajero
anuncia al dux. La joven teme que le pida la mano en nombre de Paolo,
ahora canciller, y apremia a Gabriele para que solicite permiso de
matrimonio a su tutor, Andrea, identidad bajo la que se oculta Jacopo
Fiesco. El viejo revela que Amelia no nació noble, sino que los
Grimaldi la adoptaron (desconoce que se trata de su propia nieta, la
hija perdida de Simon), pero eso a Gabriele no le importa: la boda
sigue en pie.
Ya a solas con
Boccanegra, Amelia le narra sus orígenes. La conversación les
permite atar cabos (lugares, nombres, dos retratos idénticos de
María) hasta que se reconocen como padre e hija. La música,
magistral, nos contagia la agitación (Alcun là) y el
posterior júbilo del barítono: “Figlia!”. “¡Hija!
Ante tal palabra me estremezco. Me devuelves un mundo de alegría”.
Prometen guardar el secreto. El dux niega el matrimonio a Paolo, que
decide entonces secuestrar a la joven.
La acción se traslada a
la asamblea, con doce consejeros patricios y doce plebeyos.
Boccanegra intenta convencerlos de que no declaren la guerra a su
rival, Venecia. Los interrumpe un griterío: el pueblo persigue a
Gabriele Adorno por matar a uno de los suyos. Tiene explicación: era
el sicario Lorenzino, que tenía capturada a Amelia. El joven, fuera
de sí, acusa al propio dux y se dispone a atacarle, pero ella se
interpone: delante de todos, dice que el que dio la orden de raptarla
sigue impune. Se refiere a Paolo.
Boccanegra
lo comprende. Primero aplaca los ánimos de nobles y plebeyos con un
sentido discurso de paz (Fratricidi) inspirado en Petrarca:
“Lloro por el plácido sol de vuestras colinas, donde en vano
florecen las ramas de olivo”. Seguidamente, encarga al propio Paolo
que investigue el secuestro (In te risiede) y le obliga a
maldecir al traidor… es decir, a sí mismo.
ACTO II
Paolo, expulsado de
Génova, se venga de Boccanegra: echa veneno en su copa (Me
stesso). Por si fallase, sugiere a Fiesco que lo asesine. El
viejo, si bien lleva tiempo conspirando contra el gobierno, se niega
a algo tan vil. En cambio, Gabriele acepta porque cree que su amada
lo engaña con el dux. El intenso monólogo del tenor pasa de la
rabia (O inferno) al miedo a perderla (Pietoso cielo).
El joven trata de
apuñalar a Boccanegra mientras duerme, pero de nuevo lo impide
Amelia. El dux le cuenta que son padre e hija. En un trío
conciliador, Gabriele, arrepentido, le jura ser fiel a su bando en la
batalla que se avecina (y que se oye desde la calle). Por su parte,
el gobernante tiende la mano comprensiva a quien ha intentado matarlo
dos veces. Aunque hay un problema: Simon ha bebido de la copa
envenenada.
ACTO III
El levantamiento contra
el dux ha fracasado, y entre los detenidos está Paolo, sentenciado
al patíbulo. Cuando desvela a Fiesco que ha envenenado a Boccanegra,
el noble se horroriza: “Esta no es la venganza que deseo, ¡merecía
otro final!”.
En el palacio, a Simon
le fallan las fuerzas. Siente cerca su final, y abre las ventanas.
“Quiero respirar el aire del cielo abierto. ¡Qué alivio! ¡El
mar!”, canta con una nostalgia conmovedora. Fiesco sale de la
oscuridad, como un fantasma, para enfrentarse con él (Delle faci
festanti): “Se eclipsa tu estrella, tu púrpura cae a pedazos”.
Sin embargo, Boccanegra le revela que Amelia Grimaldi es su nieta, y
los dos viejos enemigos se acaban perdonando en un dúo grave pero
cargado de lirismo (Taci, non dirle). Llegan Amelia y
Gabriele, recién casados. El dux proclama sucesor al joven y muere
en calma.
LA MÚSICA DE VERDI
Simon
Boccanegra es una de las óperas menos
representadas del compositor más popular de la historia. “Un Verdi
para adultos”, en palabras del barítono Thomas Hampson. Cuando se
estrenó en 1857, produjo espanto su tono oscuro, el protagonismo de
tres voces masculinas graves, su denso argumento político sin apenas
espacio para el amor (se habla, en cambio, de justicia y lealtad) y
la ausencia de hits
como La donna è mobile.
Hoy sigue exigiendo esfuerzo y más de una escucha.
Y sin embargo contiene una música magistral. Por
encima de las arias marca de la casa (que las hay: la presentación
de Amelia, Come in quest’ora,
o el majestuoso Il lacerato spirito,
para el bajo), se recuerdan escenas completas, de una fuerza
dramática que pocas veces alcanzaría. Al final del primer acto,
Boccanegra preside una tensa asamblea de consejeros enfrentados: su
bellísima defensa de la paz (Fratricidi!)
está en la luminosa tonalidad de Fa mayor; en contraste, cuando
condena a Paolo, que secuestró a su hija, modula a Do menor (In
te risiede) con la única compañía de
un clarinete bajo. El traidor repite la maldición, un leitmotiv muy
lúgubre que susurra el coro, casi fantasmal.
A
esas alturas, el genio de Busseto (1813-1901) había aprendido a
retratar a los personajes con su música: cristalina para Amelia,
nerviosa para el vil Paolo, que declama más que canta. Pero da un
paso más: la partitura expresa los cambios de ánimo. En el
memorable dúo de Boccanegra y su hija, a medida que atan cabos la
orquesta acelera el tempo y modula a tonos más agudos para subrayar
la creciente excitación. Cuando se abrazan, cantan frases largas y
ligadas, muy tiernas, y las cuerdas, en delicado pizzicato, replican
el mismo motivo.
La orquesta, antes intrascendente en Verdi, cobraba importancia. Al
inicio del tercer acto, por ejemplo, refleja la agitación de la
revuelta. Y más logradas aún son las referencias al mar, que dan un
color único a la partitura: desde el sosegado prólogo, las cuerdas
se mecen como olas; y en la agonía final de Boccanegra, el sonido
imita a la brisa, que parece despedirle con un recuerdo de su pasado
corsario.
En la línea que inauguró Macbeth
y que desembocaría en Otello,
el desarrollo es continuo, ágil y fluido, sin números separados. La
rica instrumentación sirve para potenciar los recitativos, en los
cuales “la voz no sigue los principios del bel canto, sino que
profundiza hasta convertirse en una verdadera descripción del alma”,
elogia Kurt Pahlen. De ahí que Simon
Boccanegra se considere uno de los
primeros dramas musicales italianos.
NOTAS SOBRE LA
PRODUCCIÓN
Plácido Domingo había pronosticado que el papel de Simon Boccanegra
le llegaría en su “último año sobre los escenarios”. Se
equivocaba: sigue en plena forma a los 73 años, cuatro después de
debutar como el dux de Génova. Si reconvertirse en barítono era un
reto inmenso, hacerlo después de un cáncer de colon mereció las
ovaciones de La Scala. Su Boccanegra, falto de contundencia en los
graves, emociona por su sensibilidad en el fraseo, su presencia y sus
dotes de actor. Un privilegio verlo, más aún si lo acompañan la
maravillosa soprano Anja Harteros y el legendario bajo Ferruccio
Furlanetto, con la dirección reposada de Barenboim.
Verdi tenía mucha fe en esta ópera surgida por
encargo del teatro de La Fenice en 1856. Pese a su maltrecha salud y
a haber iniciado otros tres proyectos, le atrajeron muchas cosas del
drama de García Gutiérrez. Por un lado, el cariz político, tan
presente en sus inicios en obras como Ernani
o I due
Foscari; pero aquí sin patriotismo
barato, sino con un “pesimismo cada vez más profundo”, como
señala Alex Ross. Por otro lado, la relación entre Boccanegra y su
hija perdida, que le permitía ahondar en el intimismo de Rigoletto
o Luisa Miller.
Entusiasmado, esbozó el argumento en prosa y
encargó el libreto a Piave, autor de La
traviata. Como tuvo que viajar a París,
la comunicación entre los dos era lenta. El compositor se impacientó
y recurrió al poeta Giuseppe Montanelli, exiliado en Francia. A
Piave le sentó tan mal que estuvo a punto de no firmarlo.
Meses después, Venecia asistía a un fracaso. El público no
entendió el libreto, descabellado, pero lo que dolió a Verdi fueron
las críticas a la música (“áspera”, “poco melódica”,
“lejana a la tradición”). Inmediatamente corrigió el dúo
romántico, que trasladó al jardín para que no todo se desarrollara
en oscuros interiores. Volvió a estrellarse en La Scala, y pasó al
olvido.
En 1880, después de una década sin componer, el
viejo Verdi hizo caso a Ricordi, su insistente editor, y empezó a
colaborar con Arrigo Boito. El primer trabajo del talentoso creador
de Mefistófeles
fue resucitar Simon Boccanegra.
Sus retoques y añadidos (toda la escena del Consejo) le insuflaron
vida a los personajes: Paolo Albiani, antes un villano cualquiera, se
afila como un demonio, al estilo de Yago en la posterior Otello,
también de Boito. Y el protagonista cobra grandeza dramática; se
convierte en un símbolo gracias a su alegato por la paz, que incluye
una cita de Petrarca: “Venecia y Génova son hijas de la misma
madre, Italia”. Se reestrenó en 1881 con el éxito que merecía.
Textos: Javier Heras
No hay comentarios:
Publicar un comentario