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lunes, mayo 04, 2015

72 HORAS PARA CONSEGUIR UNA ENTRADA PARA L´ELISIR D´AMORE DE DONIZETTI - TRIVIAL DE ÓPERA EN LOS CINES VAN GOGH - JUEVES 7 DE MAYO´15 - 20H


L´ELISIR D´AMORE
comedia en dos actos de Gaetano Donizetti
con libreto de Felice Romani
Grabada en directo en el Festival de Baden-Baden 2012

Director musical: Pablo Heras-Casado
Director de escena: Rolando Villazón
Orquesta y coro: Balthasar-Neumann-Ensemble
con Miah Persson, Rolando Villazón e Ildebrando D´Arcangelo en los papeles principales.

Los Cines Van Gogh nos ofrecen 10 entradas para quien conteste en forma y tiempo al trivial que proponemos para esta ópera de Donizetti.

Tenemos 10 entradas 10 para las primeras personas que acierten las respuestas a este TRIVIAL y las envíen a este correoleon@jmspain.org indicando las respuestas correctas, nombre, apellidos y correo de contacto (sólo se admitirá una respuesta por dirección de correo y por persona, teniendo prioridad quienes no hayan obtenido entrada en el trivial anterior).

Tenéis de plazo hasta
las 14h del jueves 7 de Mayo´15!!!

Las personas afortunadas recibirán un correo de confirmación y podrán recoger la entrada en la taquilla de los Cines Van Gogh el jueves 7 de Mayo´15 presentando el DNI.

Os recordamos también que hay entradas de precio reducido (7€) para estudiantes menores de 26 años!

1.- ¿En qué otra ópera se basa el libreto de L´Elisir y quién es el autor del libreto original?
2.- ¿Qué ópera de Wagner utiliza una historia parecida al L´Elisir?
3.- ¿Cuántas óperas había compuesto Donizetti antes de L´Elisir?



 Comedia en dos actos
• Música de Gaetano Donizetti, libreto de Felice Romani, basado en el texto de Scribe para la ópera de D. F. Auber Le philtre.
• Estrenada el 12 de mayo de 1832 en Milán
• Duración: 2 h 15 min, [70 min | descanso |65 min]
• En italiano con subtítulos en castellano

L’elisir d’amore y Tristán e Isolda son dos caras de la misma moneda. A partir de la leyenda germánica sobre la princesa que por un mágico brebaje se enamora de su enemigo, Donizetti elaboró una comedia sentimental con más ironía que sátira; décadas más tarde, Wagner se basaría en la historia para uno de sus fastuosos dramas musicales.

Hasta 1832, el compositor italiano había cimentado su prestigio en tragedias como Anna Bolena. Pero tras el fracaso de Ugo, Conte di Parigi en La Scala, necesitaba un éxito inmediato que restableciera su reputación en Milán. Resultó que al empresario del Teatro della Cannobiana, Alessandro Lanari, le hacía falta una comedia (otro autor le había dejado tirado a última hora). Quién mejor para el libreto que Felice Romani, veterano ilustre del género (Il turco in Italia, de Rossini) y legendario socio de Donizetti (Lucrezia Borgia). Ante la inminencia del encargo, copiaron a grandes rasgos una ópera francesa del año anterior, como era costumbre en la época: Le philtre, de Daniel Auber, con texto de Eugene Scribe. Romani, uno de los poetas más destacados de su generación, aportó su gracia e ingenio (sobre todo en el torrente verborreico del truhán Dulcamara), aunque también su claridad narrativa y su elegante versificación.

SINOPSIS

ACTO I


En una aldea, el modesto campesino Nemorino está enamorado de Adina, una terrateniente a la que idealiza en Quanto è bella. Pero él, tan tímido como iletrado, ni siquiera es capaz de confesarle su amor: “Soy un idiota, solo sé suspirar”. Justo después, ella ríe; pero no de él, al que ni siquiera escuchaba. Lo que la divierte es el libro que está leyendo: la historia de un tal Tristán, que conquistó a Isolda mediante un brebaje mágico. ¿De verdad alguien se cree esto?, ironiza ante los demás vecinos (Della crudele Isotta). “Qué elixir tan perfecto y de rara calidad, ¡quién conociera su receta!”, contesta el coro.

Al ritmo de una marcha militar con redobles de tambor, llega al pueblo el sargento Belcore con su tropa (Come Paride). Nada más ver a Adina, la corteja con arrogancia: “Soy galante; no hay belleza que se resista”. Sin embargo, ella le da largas: “No es tan fácil conquistarme (…) estos hombres presumidos cantan victoria sin haber luchado”.

Nemorino por fin reúne el coraje para declararse, pero su amada le pide, en un precioso dúo (Chiedi all’aura), que se olvide: “En vano esperas amor. Soy caprichosa, y no hay ningún deseo que en mí no muera apenas haya nacido”. El aldeano se niega a aceptarlo: “Quiero morir siguiéndote”.
Entonces, con pompa y circunstancia, irrumpe un coche. Los habitantes lo rodean, curiosos. Se presenta Dulcamara, “gran médico, doctor enciclopédico”. La primera intervención del bajo, Udite, o rustici, es una hiperbólica parrafada (“Mi infinito portento es conocido en todo el mundo… y en otros lados”). A medida que el ritmo se acelera, va pregonando sus remedios, que lo curan todo. 

Nemorino le pregunta si no tendrá un elixir del amor. El embaucador saca tajada de su ingenuidad y le vende como tal una botella de vino. “El sorprendente efecto no tardarás en sentir”: se convertirá en un imán para las mujeres… aunque en un plazo de 24 horas (Dulcamara, como es obvio, pretende estar muy lejos al día siguiente). Nemorino muerde el anzuelo y le paga con lo poco que tiene ahorrado.


Lo cierto es que, a su manera, la poción da resultado: el joven se encuentra feliz, un poco piripi (Lallarallara), sin rastro de su vergüenza habitual. ¡Ni siquiera presta atención a Adina! Ella, herida en su orgullo, accede a la propuesta de matrimonio de Belcore en el terceto In guerra ed in amore. De hecho, ya que el sargento partirá a filas mañana, ¡que la boda sea esta misma noche! El pobre Nemorino, desesperado, suplica que la aplacen un día; confía ciegamente en su elixir. “Créeme, no puedes casarte… espera”, canta el tenor en la melancólica Adina credimi. La burlona réplica del coro se suma al barítono y la soprano en un espléndido final no carente de dramatismo.


ACTO II


Belcore y Adina han reunido a todo el pueblo, que baila antes de la llegada del notario que los casará (en las comedias italianas siempre se espera a un notario). Dulcamara se une a la fiesta sin otro objetivo que llenar el gaznate. De paso, comparte una chispeante barcarola con la soprano (Io son ricco). Pero ella tiene la mente en otro lugar: ¿por qué no ha acudido Nemorino? “Si él no se presenta, mi venganza no estará completa”. Pide aplazar la ceremonia hasta la noche.

Entretanto, Nemorino, nervioso, vuelve a recurrir a los servicios de Dulcamara: necesita que el brebaje funcione cuanto antes. El pícaro le vuelve a tomar el pelo: que tome una dosis doble. ¿Problema? Ya no puede pagarlo. Solo se le ocurre alistarse en el ejército, incluso aunque tenga que acatar órdenes del odioso Belcore (Venti scudi). Ya con su primer salario, compra otro frasco. Y da sus frutos, aunque de nuevo por circunstancias externas: en el pueblo se difunde el rumor de que Nemorino ha heredado una fortuna de su tío, y todas las mozas se le insinúan, cosa que él -que desconoce la noticia- atribuye al poder del “filtro de amor” (Dell’elisir mirabile). En cualquier caso, Adina rabia de celos: “Su desprecio me obliga a amarlo”.


Dulcamara explica la verdad a la joven, que en ese momento se da cuenta del sincero amor de Nemorino. El vendedor, siempre al quite, intenta aprovecharse y que Adina compre  la pócima, pero se enfrenta a una rival astuta: “Respeto el elixir, pero para mí hay otro mejor: la receta es mi mirada, en estos ojos está el elixir”. 


Por su parte, Nemorino se frota las manos: ¡su indiferencia ha atraído a Adina! Incluso cree haber observado una lágrima en sus ojos, y le dedica una de las arias más famosas del bel canto, Una furtiva lagrima. Un lastimero fagot introduce la inolvidable melodía que cantará el tenor. 

Adina no va a dejar que el campesino arriesgue su vida en la armada por ella, así que por fin va a su encuentro y le explica que ha pagado su carta de libertad. “Quédate en suelo patrio”. Si sus palabras no lo dicen explícitamente, la música de la sublime Prendi subraya el amor finalmente correspondido de la soprano: “No hay destino por malo que sea que no pueda cambiar en un día”. Los jóvenes se abrazan. 

Belcore los descubre in fraganti y se consuela a su manera (“el mundo está lleno de mujeres”). El verdadero triunfador de la función no es otro que Dulcamara, que concluye con una nueva apología del elixir: “Puede en un momento no solo remediar el mal de amores, sino también enriquecer a los pobres”.

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LA MÚSICA DE DONIZETTI

“¿Qué hace ese patán gimoteando patéticamente cuando todo debe ser festivo?”. Así despreciaba el libretista Felice Romani Una furtiva lagrima, la romanza que Donizetti se empeñó en incorporar a L’elisir d’amore. Pero el compositor demostró tener mucho ojo: precisamente lo que hace única esta comedia son sus toques de melodrama. 

Una furtiva lagrima, tan recurrente en el repertorio de los tenores, corre el riesgo de que la demos por sabida. Pero escuchémosla con atención, porque contiene las grandes virtudes de su autor. Para empezar, su talento para enlazar la música y la poesía. El aria comienza en tonalidad menor, que indica solemnidad, incluso tristeza: Nemorino habla de una lágrima, aquella que le pareció ver en los ojos de su idolatrada Adina, celosa de que de repente todas las mujeres del pueblo lo deseen. Pero esa lágrima significa que ella… ¡le ama! De repente, la armonía modula a tonalidad mayor, luminosa, coincidiendo con el júbilo del tenor: “M’ama, lo vedo”. 

Una vez más, Donizetti demuestra su habilidad para crear melodías bellísimas, como ésta, tierna, sin florituras; con ese aire melancólico que caracteriza otros de los mejores momentos de la ópera (Adina credimi, Prendi…). Otorga, además, un nuevo papel al tenor, al que el bel canto le solía exigir sobre todo agilidad; aquí canta con más lirismo. No en  vano, es el primer personaje que interviene en la obra (con otra aria romántica, Quanto è bella). 


El compositor de Bérgamo (1797-1848) también cuida la orquestación, punto débil de otras de sus obras. Antes de la entrada de la voz, construye una atmósfera de intimidad: elige el arpa porque a la audiencia le recordaría a la guitarra de las canciones populares, y por tanto invitaría a empatizar con el personaje. El sublime solo de fagot, con su timbre dolorido, muestra la atención que prestó a los instrumentos de viento: corneta militar para Belcore; graciosa flauta para Dulcamara. 

Por suerte, L’elisir es mucho más que esa aria. Donizetti, maestro de la caracterización, asigna un perfil melódico diferenciado a cada rol: Belcore, con la jactancia de su pomposa marcha militar (Come Paride); Dulcamara, con sus trabalenguas rítmicos, casi declamados, según la tradición cómica del bajo bufo (en Udite atrae el interés de los vecinos como un showman). Aunque se reserva lo más interesante para Adina, que evoluciona en lo psicológico y lo musical: coqueta y frívola al inicio, repleto de coloraturas para lucimiento de la soprano, se deja poco a poco contagiar por el sentimentalismo de Nemorino. Solo así se entiende la profundidad de la cristalina Prendi, que podría haber escrito Bellini.

NOTAS A LA PRODUCCIÓN

“Il tenore è discreto; il buffo è canino” se quejaba Donizetti, disconforme con el reparto del estreno de L’elisir d’amore en 1832. No importó: el público adoró su comedia, y nunca ha dejado de hacerlo. Es, junto con El barbero de Sevilla y Las bodas de Fígaro, la más representada de la historia. Y permite a los escenógrafos cualquier ambientación, incluso un estudio de cine donde se rueda un western clásico: fue la propuesta para el festival de Baden-Baden del tenor mexicano Rolando Villazón en su segundo trabajo como protagonista y director escénico. Caracterizado como una suerte de Cantinflas -y con guiños a Chaplin y Buster Keaton-, se supo rodear de los mejores tanto en el foso (Pablo Heras-Casado) como en el escenario (la soprano Miah Persson y el mejor Dulcamara de esta década, Ildebrando d’Arcangelo, con la fantástica dirección de actores de la mimo australiana Nola Rae). La crítica elogió este espectáculo detallista, entretenido y valiente. 

L’elisir d’amore resulta tan versátil porque no está ligada a ninguna época ni lugar. Sus temas son imperecederos: la inseguridad, los celos como detonante, el amor como fuerza transformadora. El realismo de su planteamiento (nada de pócimas: vino tinto) humaniza a unos protagonistas que no se quedan en el arquetipo. El caso de Nemorino es único: ni  galán, ni inteligente, ni noble, ni rico, ni habilidoso… pero tampoco un simple bobalicón. “Lo que aporta es sinceridad, ternura. Un personaje marginal propio de la nueva corriente, el romanticismo”, explica el dramaturgo Mario Gas. El género bufo evolucionaba con esa expresión de emociones íntimas, aunque sin perder la gracia y la frescura.

Parece increíble que esta pequeña obra maestra solo le llevase dos semanas a Donizetti. Pero el responsable de Don Pasquale estaba acostumbrado a las prisas: por entonces, apenas cumplidos los 34 años, llevaba ya 36 óperas de las 64 que produjo. Tenía oficio… y sabía reciclar: Una furtiva lagrima era una canción anterior que, según contó la esposa de Felice Romani, siempre llevaba en su cartera. 

Después de que L’elisir arrasara en taquilla (con treinta representaciones consecutivas en una ciudad de apenas 135.000 habitantes en la época), a Donizetti se le suele asociar al género cómico. Feliz paradoja para un autor que se abrió paso gracias a tragedias como Anna Bolena o la magistral Lucia di Lammermoor, y que desgraciadamente concluyó sus días preso de la locura por la sífilis, después de la muerte de su mujer y sus tres hijos. Quizá provenga de ahí ese tono híbrido de la ópera; no en vano, el personaje clave, Dulcamara, significa “dulce y amargo”. 

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El próximo 7 de mayo presenciaremos desde Baden Baden una ópera deliciosa, L’elisir d’amore, que Gaetano Donizetti escribió en 1832. Junto con El barbero de Sevilla y Las bodas de Fígaro, es la comedia más conocida y representada del mundo. El público la ama no solo por su inspiradísima partitura, sino por sus temas universales y sin fecha de caducidad (la timidez de la juventud, el atractivo que pueden provocar la indiferencia y los celos; el poder del amor) y por su mensaje vitalista, apología del vino incluida. Se agradece, frente a tanta tragedia, que uno se marche con una sonrisa después de caer el telón.  

Contiene, además, Una furtiva lagrima, una de las arias más famosas de todo el repertorio de tenor (incluso más que la propia ópera). Nos resulta tan familiar que podríamos caer en el riesgo de no prestarle la atención que merece. Pero mejor vayamos al detalle y escuchémosla como es debido, porque reúne las mejores virtudes de su autor. Si la analizamos, llegamos a la esencia de la música de Donizetti:

1- Un aire nostálgico
La originalidad de L’elisir, y la clave de su éxito según el ilustre musicólogo William Ashbrook, es su combinación de humor y melodrama. Después de varias escenas bufas, el tenor nos sorprende con un aria muy emotiva, puramente sentimental, que han inmortalizado los mejores: 
-Pavarotti, en directo en el MET o su ídolo Caruso.

Ese mismo aire melancólico caracteriza otros de los mejores momentos de la ópera. Todos ellos, por cierto, añadidos por Donizetti contra el criterio de su libretista Felice Romani, que prefería ceñirse al texto en que se basaron (Le philtre, ópera francesa de Daniel Auber estrenada el año anterior, y de tono más bufo). 
Al final del primer acto, Nemorino se entera de que su adorada Adina va a casarse con el sargento Belcore esa misma noche. Él acaba de beber la “poción” que le ha vendido Dulcamara (en realidad una botella de vino que le ha colado el pícaro ambulante). Ese elixir, según cree, hará que la joven pierda la cabeza por él… pero no hará efecto hasta pasadas 24 horas. Necesita que Adina espere un día más, y se lo implora en la preciosa Adina credimi, que desemboca en una escena colectiva para poner fin al primer acto: Alva, Carteri y Panerai o Pavarotti, Pons, Battle, o Schipa.

Por su parte, Adina protagoniza la bellísima Prendi, per me sei libero casi al final de la obra, cuando se ha dado cuenta de que está enamorada de Nemorino. Sus palabras solamente le dicen que no vaya a la guerra, que no arriesgue su vida, que se quede en casa. Podría parecer un discurso anodino, pero su música nos cuenta otra cosa: la apasionada melodía habla del afecto que siente por él, sobre todo cuando respira e insiste: “Resta” (“¡quédate!).
Aquí, con Joan Sutherland, de otra galaxia (sobre todo a partir del 4.50, con Nel dolce incanto). Y Renata Scotto, no menos estelar.

2) La melodía (y el tenor)
Volvamos a Una furtiva lagrima. El bel canto, la corriente dominante en la ópera durante la primera mitad del siglo XIX, se caracterizaba, como su nombre indica, por un generoso despliegue de melodías bellas. Donizetti, heredero de Bellini, le regala al tenor que encarna a Nemorino una línea vocal inolvidable, tierna, sin florituras. Nunca está de más escucharla otra vez, en este caso en la voz de Tito Schipa, en 1929 (qué matices!).
Además, el aria pone de manifiesto el nuevo rol que adquiere el tenor en la ópera. Hasta entonces, los compositores le exigían, ante todo, agilidad, ser capaz de dar saltos (peli)agudos y de pronunciar sílabas vertiginosas, como aquí Juan Diego Flórez en Zitto zitto, el dúo de La cenerentola, que seguramente recordéis.
Sin embargo, Nemorino nunca tiene que afrontar pasajes como esos; su canto es más melódico, lírico (Verdi, entre otros, se fijó en él). No en vano, Nemorino es el primer personaje que interviene en L’elisir, justo después de la obertura y el coro, con otra aria “seria”, Quanto è bella, con su romanticismo característico.
Pavarotti, en su juventud. Nicolai Gedda, o aquí, Cesare Valletti.

El personaje cobra dignidad incluso en las escenas más cómicas, que nunca resultan ridículas, ni siquiera cuando está borracho. 
Dell’elisir mirabile. Giuseppe Di Stefano, o aquí, Pavarotti.

3) Texto y partitura
Donizetti hizo evolucionar la ópera, dio un paso más que sus predecesores. Rossini tal vez tuviese aún mayor ingenio musical, pero escribía las partituras sin apenas tener en cuenta los versos (de hecho, solía decir que podía musicalizar hasta la lista de la compra). En cambio, el compositor de Lucia di Lammermoor tenía un instinto teatral que le llevó a relacionar la música con la poesía. Una furtiva lagrima comienza en tonalidad menor, que indica solemnidad, incluso tristeza: Nemorino habla de una lágrima, aquella que le pareció ver en los ojos de su idolatrada Adina, celosa de que de repente todas las mujeres del pueblo le pretendan. Pero esa lágrima significa que ella… ¡le ama! De repente, Donizetti modula la armonía a tonalidad mayor, luminosa, coincidiendo con la expresión de esperanza y alegría del tenor: “M’ama, lo vedo”. Sucede en el 1.48 de este vídeo (me he reservado el mejor: Pavarotti, 1970, en el apogeo de su voz dorada).

4) Una orquesta sin prisas
El compositor de Bérgamo (1797-1848) también cuida la orquestación, que en algunas de sus obras flojeaba no por falta de talento, sino por culpa de la rapidez con que se veía obligado a trabajar para entregar a tiempo los encargos de los teatros. En este caso solo tardó 13 días (o eso aseguraba su biógrafo Herbert Weinstock), pero supo prestar atención a las diferentes secciones de la orquesta. Veamos por última vez la Furtiva lagrima: antes de la entrada de la voz, el músico “construye” una atmósfera reposada, de intimidad; el instrumento que acompaña es el arpa, que eligió porque a la audiencia le podía recordar a la sonoridad de la guitarra o el laúd, o sea, a las canciones populares, y por tanto ayudaría a la identificación con el personaje.

Además, el sublime solo de fagot, de timbre dolorido, demuestra la atención que prestó a los instrumentos de viento, que aparecen en las presentaciones de los diferentes protagonistas. La corneta militar anuncia a Belcore; Aquí, Tito Gobbi.
Mientras que una graciosa flauta contribuye al aspecto humorístico de Dulcamara. En el min. 7.11, trompetas y luego flautas. Udite, udite o rustici, con Giuseppe Taddei.  

5) Música ‘psicológica’
Sin embargo, L’elisir es mucho más que esa aria. Donizetti se destapa como un autor sensible para caracterizar la psicología de los personajes mediante su música. Veamos de nuevo la marcha pomposa y cuadriculada que introduce a Belcore, con su arrogancia viril (Come Paride): Joan Pons, o aquí, Panerai.

Por su parte, Dulcamara encaja en el prototipo cómico del bajo bufo: Udite suena casi declamada, rítmica y veloz (elogia sus productos y atrae el interés de los vecinos, como un showman), como un trabalenguas sobre una sola nota (y finalmente el coro se une a su armonía, señal que le han convencido sus argumentos). Es un aria de lucimiento para el bajo, y algunos de los más destacados de la historia han dejado grabaciones excelentes:
Bruscantini (1.30): 

Con todo, lo más interesante es cuando los personajes evolucionan; nadie puede competir aquí con Adina, que parece otra al final de la obra. Había comenzado con un canto frívolo, de acuerdo a su personalidad caprichosa, coqueta y sensual. En su primera intervención se burla de la leyenda de Tristán e Isolda y del amor romántico. Della crudele Isotta (las coloraturas llegan en el 3.50) (Netrebko), (Battle), (Scotto), (Freni).

Pero poco a poco se deja “contagiar” por el sentimentalismo de Nemorino, y concluye con un aria tan lírica y profunda como Prendi, que hemos visto antes.

6) Bel canto, al fin y al cabo
Pese a todos los avances comentados, L’elisir d’amore continúa la tradición del bel canto de Bellini y Rossini. El protagonismo corresponde casi exclusivamente a la voz, con pasajes de virtuosismo técnico (como la citada caballetta de Adina Nel dolce incanto) y destacables números de conjunto (también llamados concertantes).  También dúos exquisitos, en especial entre Adina y Nemorino:

 Una parola, O Adina?, aquí con Bergonzi y Scotto (a partir del 1.50 suena Chiedi all’aura, maravillosa melodía de soprano) (Gheorghiu y Alagna), (Rosanna Carteri y Luigi Alva)

Esulti Pur la barbara: (Netrebko y Villazón)

Sin olvidar pasajes cómicos como Caro elisir (Bergonzi y Scottoy con toques costumbristas, como la Barcarola Io son ricco (D’Arcangelo y Netrebko).

Como última curiosidad, una característica muy común en el bel canto, en especial en Rossini y Donizetti, que componían a toda velocidad: no solo adaptaban/plagiaban libretos de otras óperas, sino que solían recurrir a “préstamos” musicales; se autoplagiaban, reutilizaban melodías de obras propias anteriores. Parece obvio que en La hija del regimiento, que escribiría 15 años más tarde, usaría una línea de L’elisir. Escuchemos en el min 1.15. el “écoutons” de la soprano.

Por cierto, otro ejemplo de esa magnífica escena, aquí con Ferrarini, Rinaldi y Araiza.

En cualquier caso, L’elisir d’amore contiene lo mejor del género bufo (acción rápida, gracia, frescura) y le incorpora un romanticismo melódico y unos personajes humanizados. El conjunto es redondo, sin altibajos, una gozada para los sentidos. Más todavía en esta versión del festival alemán, en la que el tenor Rolando Villazón debuta como escenógrafo con una propuesta muy imaginativa y bien escoltado tanto desde el foso (el español Pablo Heras-Casado, director del año 2013 para Musical America) como desde el escenario, con nombres de la categoría de la soprano Miah Persson y el descomunal bajo-barítono Ildebrando d’Arcangelo (al que más arriba habéis podido escuchar en el aria “Udite” de Dulcamara).

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